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A pesar de situarse en un remanso del Atlántico, los acantilados de Urdaibai soportan los fuertes vientos del noroeste que envían cada invierno los anticiclones de las Azores, y las galernas que durante el verano enfurecen bruscamente el océano. La costa y el mar sostienen un hermoso duelo desde hace miles de años, que labra un perfil recortado y abrupto. No hay hábitat más inhóspito en esas latitudes que esa estrecha franja de escarpes y rasa costeros.

A la fuerte pendiente y lo abrupto de este relieve, se añaden el azote constante del viento, que provoca gran evaporación y alta salinidad por salpicadura desde la rompiente. Cerca de ésta, el suelo prácticamente no existe. Tan sólo en grietas y repisas se acumula un ápice de materia orgánica sometida siempre a lavado y salinización, factores que determinan la crudeza edáfica del acantilado costero.

El acantilado costero constituye la costa dominante en los tramos exteriores a la gran abertura que representa el estuario del Oka. Los acantilados se extienden linealmente a lo largo de varios kilómetros alcanzando un desarrollo notable en los salientes costeros como Cabo Matxitxako y Cabo Ogoño.


En la imagen, a la izquierda, acceso a
Asnarre Punta y, a la derecha, Cabo Ogoño.

Las especie vegetales que sobreviven en las duras condiciones del acantilado costero han desarrollado en su evolución adaptaciones similares: Unas poseen hojas y tallos crasos, carnosos, capaces de albergar en sus tejidos gran cantidad de agua y sales para vencer la presión osmótica, cubiertas con cutículas céreas y con rígidas paredes; otras presentan hojas estrechas, reducidas incluso a escamas o espinas. Sus raíces son fuertes, capaces de agarrarse a rocas desnudas y luchar contra la gravedad y la escasez del suelo. Algunas forman rosetas de hojas pegadas al sustrato; casi todas son perennes, y en cuanto disponen de espacio fértil crecen agrupadas formando almohadillas sobre la roca. Dado que la polinización y recolonización por semillas son problemáticas en un hábitat expuesto a fuertes vientos, les resulta más fácil colonizar nuevas zonas emitiendo propágulos o rizomas. Al igual que ocurriría en el estuario, las plantas que logran sobrevivir en este medio se disponen en bandas paralelas a la rompiente, ordenadas según su capacidad de resistencia. Pero a diferencia del estuario, en el cantil costero esta sucesión de bandas de vegetación se da en apenas unos metros de distancia.


Las bellotas de mar (Balanus balanoides)
señalan sobre las rocas de la rompiente el
paso del ambiente costero al medio marino.

Sobre la rompiente del cabo Matxitxako (Bermeo), o en la cara oriental de Asnarre Punta (Elantxobe), se observa una franja inferior justo por encima de la zona de salpicadura en la que la roca está desnuda y la cobertura vegetal prácticamente no existe. Tan solo algunos líquenes incrustantes manchan las rocas. Pero muy cerca del agua, entre las grietas más ocultas y resguardas, crece el tímido y escaso culantrillo marino (Asplenium marinum), un helecho exclusivo de este hábitat. En las repisas que forman los estratos plegados resisten ejemplares aislados de hinojo marinos (Crithmum maritimum) y llantén marinos (Plantago maritima).


Tabla: En los acantilados costeros se establece una vegetación altamente especializada adaptada a la salinidad que aporta el agua marina mediante sus salpicaduras y el hálito marino, y la rocosidad e inclinación del sustrato. La combinación de los gradientes de estos factores constituye el gradiente integrado del acantilado. Fuera de la franja que está sometida a inmersión-emersión mareal, este gradiente integrado se puede fraccionar en tres segmentos que alojan otros tantos hábitats netamente diferenciables. Detrás de ellos, tierra adentro, estará la vegetación no condicionada por el mar ni por el acantilado y por delante está la franja litoral sometida a inundación y habitada por comunidades zooliquénicas litorales con especies del género Verrucaria y diversos moluscos como lapas y balanos. Estos tres hábitats o cinturas de vegetación aparecen recogidos en esta tabla. Este modelo de hábitats zonados se encuentra bien representado en las costas abruptas de Urdaibai. En él se pueden diferenciar dos tipos: uno calizo en el que se desarrolla un tipo de erosión cárstica, de fuerte resistencia a la demolición (Ogoño) y el otro no carstificado, formado por cualquier otro tipo de roca, más fácil de demoler, como el flysch o la arenisca (Matxitxako). Las asociaciones vegetales que se instalan en cada una de estas bandas se modelizan según la propuesta de Prieto y Loidi (1984) y también se indican en esta tabla.

Haitz gogorrenek arraildura gehiago egotea ahalbidetzen dute, haietan, itsas-hautsitik metro gutxitara, komunitate bat jadanik eratuta agertzen delarik, itsas-azenarioak (Daucus carota subsp. gummifer), Limonium binervosum, Silene vulgaris subsp. uniflora eta Spergularia rupicolak osaturik. Honaino aipatutako landareek olatuen jazarraldiak jasan behar dituzte ekaitz eta galarrenak daudenean. Ia landarerik ez daukan zerrenda honen atzean, zipristinen lerrotik urrun, beste espezie batzuk agertzen dira, aurrekoei batu egiten direnak itsas labarra kolonizatuaz. Estaldura gehitu egiten da eta sastrakadi txiki bat agertzen da, eta erlaitzak lurzorua hazi berriaren seinale den soropil bigun eta heze batek estaltzen ditu.


Cabo Matxitxako.

Integra ese césped una gramínea de hojas cortas en forma de aguja, una adaptación especial a los ambientes cercanos al mar, la Festuca rubra subsp. pruinosa. Le acompañan otras herbáceas entre las que resulta especialmente interesante la Armeria euskadiensis, un endemismo costero vasco tan solo presente en los acantilados de cabo Villano (Plentzia), el cabo Matxitxako (Bermeo) y unos pocos enclaves en el litoral guipuzcoano; también esta presentes la Vulneraria (Anthyllis vulneraria) y la margarita costera (Leucanthemum ircutianum subsp. crassifolium), además de las especies presentes junto a la rompiente. En rellanos colgados crecen la Desmazeria marina, Sagina maritima y Plantago maritima.

Ladera arriba, por detrás de los céspedes de Festuca rubra subsp. pruinosa, especialmente en Matxitxako, pero también en también más reducidas de Antxon Azpìa y Asnarre crece un prebrezal costero (brezal-argomal-prebrezal costero) característico donde destaca el brezo Erica vagans alternando con la aulaga (Genista occidentalis), de hojas espinosas, que forman almohadillas en los terraplenes. Sus flores cubren de amarillo los acantilados durante el mes de mayo.


Habitar en los acantilados costerosno es fácil,
ya que hay que adaptarse a muchos factores.

Tal y como se aprecia a lo largo del litoral, el primer árbol espontáneo, capaz de resistir el vapor cargado de salitre que asciende por la pendiente arrastrado por el viento es el taray (Tamarix gallica). Le rodean los lastonares, céspedes groseros con el lastón (Brachypodium pinnatum) como especie dominante, que son también habitados por el brezo Erica vagans, la argoma Ulex europaeus… Y por detrás, en progresivo alejamiento del mar, aparecen ya los primeros arbustos propios del encinar.

Esta interesante sucesión vegetal costera supone una colonización espontánea que avanza hacia terrenos más fértiles alejados donde las condiciones de vida permiten el crecimiento de un estrato arbóreo definido, con dominancia de la encina (Quercus ilex) o el roble pedunculado (Quercus robur). Desgraciadamente, en la actualidad la extensión real de los bosques autóctonos costeros se haya drásticamente mermado por las plantaciones forestales de pino de Monterrey (Pinus radiata), eucalipto (Eucaliptus globulus sobre todo) y pino marítimo (Pinus pinaster). Dichas plantaciones, una vez taladas a hecho, ven surgir con vigor y prontitud los retoños de las argomas Ulex galli y Ulex europaeus, y la retama (Cytisus sp.), realizando éstas una importante labor de contención del suelo o de recuperación de la cobertura tras el fuerte impacto recibido.


Prebrezales costeros en el cabo Matxitxako,
en Bermeo.

Estas leguminosas prosperan por las laderas hasta mezclar sus flores amarillas con las de la retama. Resulta evidente que un hábitat tan inhóspito ofrece escasas posibilidades de vida a los vertebrados. La presencia de anfibios en los acantilados es prácticamente nula, y entre los reptiles tan sólo las lagartijas roquera (Podarcis muralis) e ibérica (Podarcis liolepis, hasta ahora clasificada como subespecie de Podarcis hispanica) son dignas de ser reseñadas. Muy cerca de aquí, en la península de San Juan de Gaztelugatxe, se ha introducido la lagartija de las Pitiusas (Podarcis pityusensis), donde es abundante y esta en auge. Por el contrario las aves logran una utilización adecuada del medio que en algunos casos les permite mantener poblaciones estables.

Algunos ejemplares de correlimos oscuro (Calidris maritima) eligen para invernar las rompientes costeras y los rompeolas de los puertos, donde se alimentan entre las rocas camufladas por su plumaje. Además de las especies típicamente marinas, nidifican en los acantilados de Urdaibai varias parejas de halcón peregrino (Falco peregrinus), rapaz característica tanto de nuestras costas como de los grandes roquedos del interior de Euskal Herria. En Urdaibai, el halcón encuentra en la avifauna una fuente segura de alimento de la que abastecerse durante todo el año.


La primera cita de la planta Armeria
euscadiensis data de 1976. Dada su
restringida distribución y que no es una
especie abundante en la comunidad
Autónoma del País Vasco está incluida
en el Catálogo Vasco de Especies
Amenazadas con la categoría de “Rara”.

Frente a la bocana del estuario, la isla de Izaro (Bermeo) alberga la mayor colonia de nidificación de aves marinas más nutridas de nuestras costas. Es un peñasco que se alza apenas 30 metros sobre el mar, abierto, cubierto por matorrales de vegetación típica de acantilados costeros en la que predomina una especie peculiar, la Lavatera arborea. Esta malvácea mediterránea prefiere ambientes ricos en nitrógeno y llega a alcanzar gran porte. En Izaro, favorecida por los excrementos de las gaviotas, predomina sobre el resto formando el único enclave de la especie en la costa Vasca. Entre sus matas nidifican alrededor de un millar parejas de gaviota patiamarillas (Larus michahellis), y de forma esporádica en los últimos años, alguna de gaviota sombría (Larus fuscus), especie de muy escasa nidificación en el litoral Cantábrico. En las oquedades sobre la rompiente de Izaro esconde sus nidos el paíño europeo (Hydobates pelagicus). Pero la isla es también un curioso punto de reunión de otras aves que acuden en masa a pernoctar, especialmente durante el invierno y las migraciones, como es el caso de las garcetas comunes (Egretta garzetta) y los cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo), entre los más destacables. Se agrupan en el canal de la ría al atardecer, para abandonar el estuario con los últimos rayos de luz en dirección a Izaro, donde dormitan al abrigo de la colonia. Regresan a la marisma al alba para buscar de nuevo su alimento.


Hinojo marino (Crithmum maritimum).

Otro importante enclave de nidificación de aves marinas y costeras es el peñón de Ogoño. Sobre su vertiente oriental se descuelgan del encinar, que cubre sus crestones y dolinas, y llegan hasta el mismo borde del mar. En las repisas de la cara oeste encuentran el espacio justo para formar sus nidos un centenar de parejas de gaviota patiamarilla (Larus michahellis). También nidifican el roquero solitario (Monticola solitarius), halcón peregrino (Falco peregrinus), colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros), lechuza común (Tyto alba), cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) y cuervo (Corvus corax). Al pie de la pared, junto a la rompiente cría una veintena de parejas de cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis), y dentro de las cuevas excavadas por el oleaje también una nutrida colonia de paíño europeo (Hydobates pelagicus). Ocasionalmente se ha verificado la nidificación de avión roquero (Ptynoprogne rupestris).


Llantén marino (Plantago maritima).

Durante la migración postnupcial, desde finales de agosto hasta noviembre, recorren el Golfo de Bizkaia miles de aves marinas en viajes hacia sus áreas de invernada en las costas africanas y el sur del Atlántico. Si bien bordean el litoral, tan sólo se acercan a la costa cuando las condiciones meteorológicas lo imponen. Los días de otoño dominados por marejadas con vientos fuertes del noroeste, pueden ser avistados desde Matxitxako miles de alcatraces (Morus bassanus), pardelas (Calonectris diomedea, Puffinus mauretanicus) y págalos (Stercorarius parasiticus, Catharacta skua) que vuelan hacia el oeste a escasa distancia de los acantilados.

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